En la parte baja de mi cama no hay muchas cosas que destacar, lo único que allí se encuentra es una cama supletoria que se utiliza cuando se queda un amigo o familiar a dormir en casa. El resto del tiempo, la cama adicional descansa plácida sin que nadie le moleste porque no se usa para nada más. Aparte de lo ya citado, lo único que acompaña al colchón supletorio es el pegajoso polvo que día tras día se va acumulando con disimulo a su alrededor. Cuando la cama supletoria está en uso, debajo de la cama en la que duermo siempre queda un espacio, que para los que les gusta la oscuridad es hermoso, y para otros es todo lo contrario, tenebroso, debido a que aman la luz y los espacios amplios. En el momento de sacar la cama supletoria toca limpiar todo el polvo que se acumula bajo ésta, lo que provoca que salga un olor un tanto apestoso. Esto me obliga a salir corriendo a por un ambientador para que quede todo bien perfumado. Si por un casual se te ocurre pasar la mano por debajo de la cama, lo único placentero al tacto que encuentras es el suelo, que al no haber sido pisado nunca es muy suave y liso. Si acercas el oído podrás comprobar que todo es muy silencioso, a no ser que venga mi hermano corriendo por el pasillo, por lo que se transforma al instante en un ruido atronador. Años atrás, cuando era pequeño, esta parte tan tenebrosa para algunos la usaba de escondite cuando jugaba con mis amigos. Casi nunca me encontraban ya que ellos pasaban corriendo sin echar un vistazo debajo de la cama. Mientras estaba allí tumbado solía hacer una baile moviéndome de un lado a otro, para evitar ser visto por alguno de mis amigos mientras paseaban con mucho sigilo a escasos centímetros de mí.
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